Por el profesor Carlos Da Costa
El Chamamé nació en Yapeyú
En el origen del chamamé como en tantas otras cosas del pasado, es poco serio hablar de certezas absolutas. Nosotros tampoco tenemos certezas absolutas, pero hay en esta lectura del pasado que la vienen haciendo hombres de indiscutible honestidad intelectual, y profundo conocimiento, como Don Pocho Roch, el profesor Enrique Piñeyro, el padre Julian Zini entre otros, una significativa cantidad de elementos que dan cuerpo y peso a esta interpretación. Nuestro Chamamé fue naciendo en la antigua Reducción de Los Santos Reyes Magos de Yapeyú, en el centro este de la actual provincia de Corrientes, a orillas del Rio Uruguay, localidad fundada el 4 de febrero de 1627, por los sacerdotes Nicolas Mastrilli Durán, Pedro Romero y Roque Gonzáles de Santa Cruz, según la Duodécima Carta Annua, firmada por el Provincial de la Orden jesuítica, padre Nicolás Mastrilli Durán.
Y decimos fue naciendo porque no existe un suceso, o un momento que se pueda tomar como fundador.
Es un largo proceso donde se van encontrando, juntando dos poderosas corrientes culturales, una que viene de Europa traída por los sacerdotes jesuitas, la otra nativa, de esta tierra, con profundas y milenarias raíces en los pueblos aborígenes.
Los guaraníes así como otros pueblos americanos tenían música, danza e instrumentos musicales propios.
Según Emilio Noya (Diario El Litoral de Corrientes 11/10/1973) “Las primeras reducciones jesuíticas establecidas en la zona guaranítica hacia el año 1609, advierten sorprendidas que los aborígenes poseían música propia y además fabricaban instrumentos rudimentarios para acompañar sus danzas rituales y ejecutar motivos onomatopéyicos”.
Por su parte Don Pocho Roch afirma: “El chamamé guaraní correntino, era originalmente una o distintas formas de los ñ’emboe yaroky o “rezos danzas” que era la manera de orar de la comunidad, ya sea como expresión de rogativas, de gozo o de gratitud…”
Los religiosos, siempre preocupados por encontrar los medios para llegar al corazón de los nativos, interpretarlos y poder integrarlos a lo que consideraban la vida civilizada, observaron de inmediato esta predisposición natural que tenían para la música y el canto litúrgico.
Dice la investigadora del Conicet Susana Antón Piasco “Los Jesuitas otorgaron a la enseñanza musical una enorme importancia y siempre con un fin religioso se preocuparon por adaptarla a todos los usos y capacidades.
Desde la sencilla música utilizada en la catequesis hasta el entrenamiento de músicos capaces de interpretar obras litúrgicas del barroco Europeo.
Quizás, la labor más importante en ese sentido y que crea la estructura del proceso musical que con el tiempo irá dando fisonomía a nuestro chamamé, sea la del Padre Antonio Sepp, que llegó a Yapeyú en el año 1691, el mismo lo cuenta: “Para ser más preciso, había fundado en mi pueblo de los Tres Reyes Magos de Yapeyú, una escuela de música y enseñado con gran empeño durante tres años, no solamente a mis indios, sino también a los de otros pueblos. Me los enviaban hasta de las mas remotas reducciones para que los instruyera no solo en el canto sino también en la música instrumental. Les enseñaba a tocar el órgano, el arpa (la de los coros de cuerdas) la tiorba, la guitarra, el violín, la chirimía y la trompeta. Es más, los he familiarizado con el dulce salterio que no solo aprendieron a tocarlo también a construirlo así como también otros instrumentos".
En varias reducciones existen hoy día, maestros indios que saben hacer de la vibrante madera de cedero un arpa de David, clavicordios, chirimías, fragotes, y flautas.
Lentamente la música comenzó entre los aborígenes a dejar de ser algo estrictamente religioso, para ser danza festiva, ya mezclada con los ritmos y cantos nativos. Dice Don Pocho Roch: “El chamamé desde la época jesuítica, paulatinamente dejó de ser un rezo-danza de ritmo binario, conducido por el payé para convertirse en una danza de recreación, con un ritmo ternario de 6 x 8, el mambí takupï, como instrumento melódico, el rasguido de la guitarra espinela, la percusión del tambu o guatapú y la conducción de un bastonero”.
También es importante para enriquecer esta teoría, las investigaciones del Padre Zini, respecto al origen de la danza del chamamé, donde demuestra la influencia de antiguas danzas cortezanas europeas como la pavana, la gallarda el canario, populares entre los siglos XVII y XVIII, introducidas por los jesuitas a estas tierras, teniendo como epicentro a Yapeyú.
Otros autores, afirman también que en los talleres musicales de Yapeyú se construía un instrumento musical, una especie de caja de madera con agujeros a la cual se insuflaba viento por un sistema de fuelle manual, copiando del fuelle a pedal del órgano, y similar al usado en la fragua. Este seria perfeccionado, el instrumento que en Alemania patentó Damián de Viena en 1829 con el nombre de acordeón.
Estos y otros argumentos, que no pueden ser desarrollados aquí, son fuertes elementos que sugieren la posibilidad concreta de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú, fue el punto geográfico de Corrientes donde vio la luz nuestro chamamé y todo el conjunto simbólico que rodea a esta cultura que hoy es el elemento central de nuestra identidad.
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