Por Alberto Medina Méndez

Superar la nostalgia

El mundo ha cambiado y seguirá haciéndolo a este mismo ritmo despiadado al que nos viene acostumbrando. La velocidad a la que se modifica la vida cotidiana es superior a la capacidad que tenemos los seres humanos para adaptarnos a lo nuevo.

En otros tiempos, las invenciones, los descubrimientos, lo novedoso, significaban décadas para diseminarse geográficamente y mucho más aun para popularizarse. Hoy en día, las innovaciones se generan y logran masificarse, en menos de una década.

Los seres humanos tenemos una gran habilidad para adaptarnos a nuevos entornos, pero también hemos desarrollado una significativa resistencia al cambio que está largamente descripta en la literatura. Es justamente ese mecanismo el que nos impide desaprender lo conocido para dar paso a lo nuevo, a lo que irremediablemente será parte de nuestras vidas a partir de ahora.

Sin embargo, y pese a lo maravilloso que ha significado en términos de progreso cada uno de los avances logrados por la creatividad humana, muchos siguen viviendo del pasado, añorando otras épocas, intentando rescatar lo que suponen mejor. Se confunden valores con progreso, y muchos dicen, con bastante ambigüedad, que preferirían volver al ayer, porque en aquel momento, todo era mejor.

Los seres humanos debemos comprender que aquello no volverá, que vale la pena recordar, reconstruir historias, repasar errores, y porque no también revalorizar aciertos, pero que de ningún modo el mundo que viene tiene chance alguna de parecerse a lo que se está gestando, y a lo que vivimos a diario.

Debemos poner todo nuestro esfuerzo en entender los nuevos códigos de la convivencia humana, comprender como se establecen las relaciones entre personas y comunidades, para interpretar adecuadamente el presente y tener alguna posibilidad concreta de entender el futuro con una mirada en positivo. Nada de lo que hemos vivido, volverá a ser protagonista central de nuestro presente.

Tal vez nos debamos un debate profundo sobre como sacarle provecho a todos los progresos que la mente humana ha logrado poner a disposición. Estamos demasiado obsesionados con esta actitud de retroceder en el tiempo, de detenernos a mirar el pasado. Esa nostalgia exacerbada que pretende comparar aquel lapso con este, sobredimensionando aquello y subestimando lo actual, no nos ayuda a superar los problemas de hoy, estos que han llegado a nosotros de la mano del progreso.

Ya no se trata de comparar lo que fue antes con el hoy intentando mostrar que aquello fue mejor que esto. Podremos rescatar algunos aspectos aislados y no está mal que así sea, pero de ningún modo podemos afirmar que antes estábamos mejor que ahora.

Solo a modo de ejemplo y tomando como referencia arbitraria medio siglo atrás, habrá que decir que hace 50 años, más de la mitad del mundo era analfabeto, vivía bajo regímenes dictatoriales y sojuzgado por el reinado de la pobreza.

Justamente el progreso vertiginoso, ese que provino de la difusión de ciertas ideas y de la inmensa cantidad de innovaciones, descubrimientos e invenciones que la mente humana aportó, permitieron superar todos esos patéticos indicadores, al punto no solo de traernos hasta aquí, sino de que la humanidad toda, haya conseguido despreciar eso que era normal en aquella etapa, y que hoy se torna inaceptable.

Las dictaduras hoy son inadmisibles y duramente fustigadas en todo el planeta. El avance de la democracia es innegable, y con sus defectos, imperfecciones y niveles tolerables de inmadurez evidentes, sigue siendo mejor sistema que cualquier régimen autocrático de los que padeciera históricamente la humanidad. Ya solo es cuestión de esperar, las pocas dictaduras imperantes, inexorablemente caerán pronto.

Las democracias más jóvenes, inclusive las más débiles e inestables, tienen mucho por aprender y progresar. Pero a estas alturas ya no hay dudas, de que la convicción democrática de la sociedad civil contemporánea, empujará indefectiblemente al sistema a evolucionar, pese a los intentos de algunos de confundir y torcer ese rumbo.

El acceso a la información y a la educación, tiene mucho por mejorar, pero es indudable que si la referencia es remota, no tiene siquiera punto de comparación con el presente. En esta sociedad moderna, tan denostada por tantos, existe mucha mas gente que sabe leer y escribir, que salió del analfabetismo y que puede discernir con criterio propio, aun equivocándose. La pobreza, ese estado natural del hombre, viene siendo derrotado con bastante éxito, no solo porque hay menos pobres, sino porque se ha desplazado claramente el umbral de pobreza a niveles superiores.

Decididamente lo que hoy llamamos pobres, bien podrían haber pertenecido a sectores sociales mas pudientes de ese ciclo. La alimentación básica, el acceso al agua potable, a la red cloacal, a la electricidad y a los servicios esenciales, por solo mencionar algunas cuestiones centrales, claramente ha modificado la vida de los seres humanos, y hoy esa línea divisoria de la pobreza se ha modificado para bien.

Por eso hoy, el analfabetismo y la pobreza se tornan poco tolerables como parte de nuestro presente, siendo que hace cinco décadas atrás formaba parte de la normalidad del planeta. Algo similar ocurre con las formas de gobierno, la democracia ya es parte de nuestro sistema ideal, y las dictaduras son rechazadas con vehemencia. Todo ese cuadro es una buena noticia en si misma.

Significa que el hombre evoluciona, pese a sus errores y dilaciones. Por todo esto, que es solo un aspecto, de los más evidentes entre tantos otros, debemos superar la nostalgia del pasado, dejar de mirar con el espejo retrovisor, con sobrada añoranza.

Lo que pasó quedó atrás, se podrán recobrar valores, formas de entender la vida, concepciones filosóficas que tienen que ver con humanizar nuestra existencia, pero mal se puede aborrecer del presente cuando nos ha otorgado tantas oportunidades a nosotros y a nuestros hijos, de las que no dispusimos antes.

En todo caso, si estamos convencidos que ciertos padecimientos actuales, inocultables ellos, deben ser solucionados, pues deberemos concentrarnos en eso, ya no con la dialéctica de la nostalgia, sino con la racionalidad que implica mirar al futuro, entendiendo que el mundo ha cambiado lo suficiente como para no retroceder, y como para enfrentarse a nuevos desafíos, los mas de ellos difíciles de predecir en un planeta que gira a una velocidad inusitada, y al que habremos de adaptarnos para plegarnos a lo que viene, respetando nuestra raíces, sosteniendo nuestros valores y convicciones, pero intentando la evolución en sentido positivo. Debemos poder mirar el futuro con optimismo, entendiendo que tenemos muchos problemas que resolver, pero que el primer paso es superar la nostalgia.


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