El mejor polo del mundo
El 117° Campeonato Argentino Abierto del Bicentenario Movistar
Está donde tenía que estar. Ellerstina cambió brillo por eficiencia para superar por 14-11 a La Aguada y llegar a la final: definirá en el clásico con La Dolfina. Juega muy bien la mayoría de las veces. En otras ocasiones, no lo logra y suma gota a gota los goles para conseguir una victoria. Es cierto: en la actual temporada, casi no disputó partidos de este tipo. Por el contrario, arrasó a todos los rivales que se le pusieron delante. Pero ahí está Ellerstina Etiqueta Negra, en el lugar donde quería y debía estar: la final del 117° Campeonato Argentino Abierto del Bicentenario Movistar.
Con un poquito menos de brillo, pero con eficiencia e indudable superioridad ante un complicado rival. Fue un trabajado 14-11 ante La Aguada BMW, con la doble interpretación de entender que el ganador dio un pasito atrás en el juego o, por el contrario, que obtuvo la victoria necesaria y con lo necesario para llegar al lugar esperado.
Sí, por cuarta vez seguida y quinta en seis años, el equipo de General Rodríguez obtuvo su lugar en el partido más importante del planeta polo. Y ahora tendrá su prueba de fuego, la de costumbre, la que se repite desde 2007 con este clásico del polo moderno.
Espera La Dolfina Peugeot, con su cara negativa hasta anteayer, y su semblante renovado tras el claro triunfo frente a Pilará Piaget.
Nadie descubrirá nada si se afirma que La Aguada es un equipo duro. Marca, apreta, muerde, corre. Y después juega. La ausencia del lesionado Javier Novillo Astrada y el reemplazo de su hermano Alejandro armaron otro partido.
Con el delantero titular, se habría armado otro encuentro. Tal vez más parejo; tal vez no. Alejandro, menos talentoso, pero más batallador, le dio a La Aguada una dosis de lucha.
Sí, más de la que tiene habitualmente. Con Javier, quizás en un partido más abierto, Ellerstina se afirmaba más. Es terreno de la hipótesis. Con Alejandro, hasta la mitad del cotejo hubo equilibrio, algo que había faltado en todo el torneo en la cancha 1.
Dividamos el partido en sus dos mitades. Hasta la primera, los Novillo Astrada jugaban más a lo que querían: intercambio de tiempos, pero sin que la bocha volara a altas velocidades por la cancha. Eso, lo que tan bien le sale a Ellerstina, no pasaba. Virtud del contrincante y defecto propio.
Demasiado traslado de bocha para un equipo que lo que mejor hace es desprenderse de ella y correr. Las salidas de fondo no eran claras, los del medio no encontraban su lugar y Facundo Pieres se enredaba en toques improductivos, lejos de los mimbres, lejos de su polo.
Regresados del descanso largo, las cosas cambiaron. De manera paulatina, pero la balanza se inclinó hacia un palenque. Ellerstina movió más la redondita,
La Aguada no pudo mantener el ritmo de marca del comienzo y de a poco el ganador se alejó en la chapa. Influyó una mejora en el juego de su delantero, preciso en los penales, rubro en el que superó al otro tirador, Ignacio Novillo Astrada, que desperdició tres penales de 60 yardas que le habrían dado mayor emotividad al partido y algo más de incertidumbre al resultado.
Sin maravillar, pero con efectividad, el último chukker comenzó 13-9, diferencia que se estiró a un gol más a los 11 segundos, cuando Facundo ganó el throw-in inicial y corrió sin barreras hasta los mimbres de La Aguada.
Los dos goles de penal de Nacho Novillo decoraron la digna derrota. La historia del penúltimo capítulo ya estaba escrita. Ahora queda redactar la gran historia. La de la final, la del partido que se ganó la calificación de clásico. La de un choque de colosos del polo.
Baibiene y su tarde especial
Los árbitros suelen estar en el centro de la escena en esta temporada. Ayer fue así con Matías Baibiene, más allá de haber dirigido bien, por otros motivos, en especial por un insólito choque con Alejandro Novillo Astrada, que casi termina con una rodada de ambos. Además, se le cayó una bocha en medio del juego y tiró un throw-in al cuerpo de un caballo, y el rebote volvió a tirar la esfera fuera de las tablas.
Por Carlos Beer LA NACION
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