Por Alberto Medina Méndez
Historia. Un traje a medida.
La implementación de un Instituto de Revisionismo Histórico en Argentina, reinstala, con inusual potencia, un debate que convive con nosotros desde hace años. El tema parece tener vigencia. Seguramente se podrá discutir sobre el mismo. Es polémico el asunto, y a mi juicio vale la pena ponerlo en el tapete.
Es que el sistema de educación pública, tan ciegamente defendido por la totalidad del arco político global, viene nutriendo, desde hace décadas, un compulsivo esquema de adoctrinamiento que sigue evolucionado peligrosamente.
Nuestros niños, vienen siendo instruidos en el sistema escolar de un modo cada vez más burdo, más lineal, menos disimulado. La idea central del sistema es implantar “sus” paradigmas correctos, para que eso funcione como un lente a través del cual evaluar lo bueno y lo malo,
Esa ideologizada perspectiva es la que intenta evitar que los más jóvenes desarrollen un juicio crítico, para que ellos no tengan que pensar y que solo procesen información previamente masticada por otros. De hecho manuales, docentes, todo el material disponible y sugerido, se inscribe en un alineamiento de los hechos que se corresponde con el discurso único.
En este marco, no sorprende la creación del nuevo Instituto Estatal en Argentina. Se trata solo de un escalón más, un peldaño adicional, vulgar y alevoso, que muestra el grado de impunidad de un sector de la sociedad, que se cree con un extraño derecho concedido por una circunstancial mayoría electoral, para imponer su visión al resto de sus conciudadanos.
Después de todo es el formato que vienen aplicando en muchos aspectos. Ellos entienden a la democracia como un botín, como un premio para el que gana una elección. Bajo ese precepto, el que logra la eventual mayoría, obtiene ese derecho de imponer su mirada a los demás.
Aún muchos ciudadanos de nuestros países siguen creyendo que la democracia es un fin en sí mismo, sin comprender que solo se trata de un medio, ineficiente por cierto, aunque el menos imperfecto que hayamos construido, hasta hoy, los seres humanos para vivir en paz y armonía.
Algunos fundamentalistas de la democracia que ejercen con profunda vocación de poder su actividad política, han desarrollado una reinterpretación del concepto, poniendo especial hincapié en la necesidad de conceder al triunfador, amplios poderes para hacer y deshacer a su gusto.
En realidad los sistemas de gobierno, cualquiera que sean, acertados o equivocados, con más o menos defectos, pretenden encontrar mecanismos para garantizar el pleno ejercicio de los derechos individuales, un adecuado esquema de normas tendientes a permitir una vida repleta de acuerdos, consensos y modos de vida compartidos.
No son sistemas para imponer, para hacer claudicar al resto, para doblegar con la moral propia a la ajena. La convivencia supone tolerancia, respeto por la diversidad, vivir y dejar vivir, y no como siguen pretendiendo algunos, una herramienta para obligar a los demás, para escarmentar a los que no piensan igual.
Sin embargo, en nuestro país, avanza este Instituto de Revisionismo Histórico, para reinterpretar lo hasta acá conocido. Y habrá que decir que el objetivo no es descartable. Después de todo, cualquier ciudadano o grupo de ellos que pretenda reunirse voluntariamente para desarrollar una actividad lícita, están en pleno derecho de hacerlo.
Lo inmoral, es hacerlo desde un gobierno, usar el Estado para ello, apelando a la utilización de recursos detraídos previamente de la comunidad ( toda ) vía impuestos para hacer prevalecer una mirada por sobre las del resto.
El problema no es lo que hacen, sino la soberbia, la discrecionalidad y el autoritarismo ejercido sobre el mecanismo de pretender que todos paguen con sus recursos su visión, una mirada que ni siquiera comparten, solo porque ellos quieren que sea la que prevalezca.
El argumento reiterado hasta el cansancio por los defensores de esta temeraria iniciativa, es que consideran que el relato vigente es el opuesto, y que ellos también tienen derecho a que su visión sea escuchada igualmente.
El derecho es indiscutible. Lo que no resulta razonable es pretender que TODOS financien su pluralismo retórico. El Estado está para garantizar derechos no para imponer visiones ajenas a la totalidad de los habitantes de una comunidad.
Y si tan loable es su mirada, si tan necesaria es esa reinterpretación de la historia para rescatar personajes de la misma, pues seguramente no faltaran personas dispuestas a aportar los fondos necesarios de modo voluntario para tan noble causa.
Investigar la historia, seguir hurgando en nueva información que enriquezca con nuevas percepciones sobre los hechos, es bienvenida. Ahora, montar un Instituto Estatal con un sesgo preanunciado en el decreto de creación que dice entre sus metas “reivindicar a todas y todos los que defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante” es realmente una aberración digna de ser cuestionada.
El conocimiento científico siempre merece ser revisado, siempre, pero no a cualquier precio ni utilizando medios inadecuados, sino desde la seriedad, el profesionalismo y la ética imprescindible para que el resultado de esa investigación tenga el aval necesario. La ciencia llega a resultados después de cuestionarse mucho, y no arranca desde las conclusiones pretendidas para construir luego, desde allí, las premisas.
Evidentemente, no se conforman con obtener medios económicos esquilmando a todos para reescribir su interpretación de la historia, sino que ahora estos pseudo científicos pretenden que sus preferencias ideológicas conviertan a la historia en un verdadero traje a medida.
- Por Alberto Medina Méndez -
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