Por Alberto Medina Méndez
El absurdo de vivir bajo sospecha.
A veces ciertas cosas que suceden a diario se incorporan como naturales, y no nos damos cuenta del daño que hace aceptar con tanta resignación intelectual lo inadecuado. Cada vez se presenta con más frecuencia, aquella situación por la que los que generan riqueza, los que conducen la locomotora del mundo, los que lideran los grandes cambios, esos que impactan en la humanidad toda para siempre y de modo positivo, trayendo progreso, deben pedir permiso a los que no lo hacen para avanzar con el único camino genuino conocido y probado para salir de la pobreza, el de producir.
Las naciones que han logrado salir adelante, son las que producen, las que multiplican sus recursos. Ninguna sociedad puede hablar siquiera de redistribución, si previamente no ha hecho los deberes, obteniendo los medios para ello.
De hecho, las comunidades que se pasan repartiendo lo ajeno, y a veces lo que ni siquiera existe, terminan invariablemente en la quiebra, y se empobrecen secuencialmente hasta que sus crisis los destruyen. Aunque habrá que decir a su favor, que sus ejecutores siempre se las ingenian, para encontrar un culpable, o muchos, a quienes atribuirles la responsabilidad del fracaso de sus políticas e ideas.
Nada describe mejor este fenómeno que aquella cita que se le atribuye a Ayn Rand que dice que “cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada, cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes sino favores, cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted, cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar sin temor a equivocarse que la sociedad está condenada”.
Lo paradigmático, es como muchos empresarios, siendo funcionales a esta dinámica terminan sintiendo cierta culpa por ganar dinero, sin comprender que ese es su principal fin y que para eso están en el ruedo.
Manuel Ayau decía que “la responsabilidad social de una empresa en una economía de personas libres es la de obtener beneficios para sus dueños, para lo cual debe competir con otros en beneficiar con sus productos y servicios a los demás miembros de la sociedad. Las ganancias empresariales no empobrecen a nadie, salvo cuando son producto de algún privilegio otorgado por el gobierno “.
La responsabilidad de las empresas es producir, crear riquezas, generar ganancias, solo así contribuyen con su sociedad a disponer de empleo genuino, fuentes reales y dignas de trabajo, oportunidades que mejorarán las chances de su entorno cercano de modo concreto y directo.
Cierta cultura de autoflagelación los ha llevado a muchos emprendedores, a adquirir principios solo consecuentes con la filosofía de sus saqueadores.
Eso explica porque cada vez con más vigor, ciertos empresarios hablan con convicción y a viva voz, de responsabilidad social empresaria, como si su tarea fuera distribuir recursos sin nada a cambio, o llevar adelante acciones altruistas para que la sociedad no los ataque por ganar dinero.
Es paradójico que la sociedad toda se enoje con las empresas por percibir beneficios, cuando se ven claramente favorecidas por su presencia, y cuando en sus vidas personales todos concluyen funcionando de igual modo, es decir, intentando maximizar utilidades, obteniendo el óptimo posible de ingresos, por el mínimo aceptable de esfuerzos.
Difícil es comprender esa hipócrita postura de que los demás no pueden hacer lo que ellos individualmente intentan todos los días. Siempre consideran que merecen cobrar más de lo que perciben, y les parece que los demás ganan demasiado, que las cosas que compran cuestan en exceso para sus magros ingresos. Es decir tratan de pagar lo más barato para quedarse con la mayor cantidad y calidad a su favor. Ecuación lógica para ellos de modo personal, pero aparentemente inmoral cuando de los demás se trata, mucho más aun si de empresarios hablamos.
Esos empresarios, parecen haber inaugurado una nueva modalidad, la de empezar a pedir permiso, para hacer grandes obras tratando de justificar sus inversiones, su riesgo y actitud de crecimiento, dando múltiples explicaciones sociales. No se entiende para que ni porque.
Pareciera que lo ideal fuera pasar desapercibidos, si se pueden hacer muchas cosas pequeñas mejor, y solo se animan a proyectos importantes, a emprendimientos magníficos, los más audaces, a veces inclusive los más inocentes, sin saber que los espera a la vuelta de la esquina, una andanada de críticas, sospechas y acusaciones para amedrentarlos.
Algunos en este mundo siguen sin entender que las sociedades que tienen el ingreso per cápita más alto, los salarios promedios más elevados, son los que acumulan capital, los que no le ponen techo al crecimiento económico, sociedades donde la envidia no manda.
Nosotros, aun vivimos en sociedades, que están más preocupadas por la renta del vecino, que por la propia, de acusar a los que ganan dinero, por haberlo conseguido, y buscarles la explicación a esa utilidad elevada, hurgando para encontrar donde cometieron algún delito para lograrlo.
Hay que decirlo. A veces tienen razón, pero no siempre, y las mas de las veces acusan a todos por lo que hicieron unos pocos. Delincuentes e inmorales existen en todas partes. No solo algunos pseudo empresarios obtienen rentas desmedidas por su esfuerzo, recurriendo a ardides o picardías poco elogiables, también, muchos individuos se ganan el dinero delinquiendo, o a veces con trabajos en los que cobran por lo que no hacen ni se esfuerzan, puestos a los que ingresaron sin meritos, por solo disponer de influencias o parentescos. A no horrorizarse tanto.
Lo preocupante es que ciertos empresarios, esos de los buenos, los que han hecho el dinero de modo legal, con mucha virtud de por medio, parecen disculparse cuando dicen daremos empleo en blanco, nos portaremos bien, pagaremos nuestros impuestos, facturaremos todo lo que hacemos sin evadir, cumpliremos las leyes, desarrollaremos a nuestros recursos humanos, no nos llevaremos la plata a otro país, no dañaremos a nadie, trataremos bien a la gente, en fin, una innumerable lista de explicaciones que no debieran ser necesarias por su obviedad.
Hay que tener cuidado con aquellos principios incorrectos, que algunos militantes ideológicamente interesados en difundir esas ideas, recitan y repitan hasta el cansancio. Después de todo eso es esperable, ahora que otros lo acepten como premisa verdadera es más grave. Tal vez sea oportuno recordar aquella frase de Jorge Luis Borges que decía “hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos.” Por eso, bien vale la pena, actuar de acuerdo a las propias convicciones, para no favorecer al absurdo de vivir bajo sospecha.
- Alberto Medina Méndez -
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