Sucesos argentinos: Un fraude colosal

Hace más de 60 años un científico austríaco convenció a Perón de que podía producir energía atómica barata y controlada

Un sueño de poder que resultó siendo una mala película de ciencia ficción. Para las pruebas se construyó una Central Atómica en la Isla Huemul, en Bariloche. Una insólita aventura científica que terminó siendo un fraude.

Una insólita aventura atómica que terminó siendo un fraude
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Por LEONARDO TORRESI. De la Redacción de Clarín -

El 24 de marzo de 1951, un sábado fresco y de sol brillante, un grupo de periodistas se sentó alrededor de la mesa del recibidor de la Casa Rosada. Eran las 10 de la mañana, el presidente Perón acomodó sus papeles y después de una introducción que hizo crecer la intriga leyó que en la planta atómica de la isla Huemul se habían logrado "reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica". Los periodistas apuntaron palabra por palabra.

¿Que escondía semejante frase? Algo sensacional: que en una pequeña isla a 8 kilómetros de Bariloche, en la Argentina, se había descubierto una forma, inédita en el mundo, de producir energía atómica barata y —lo más asombroso de todo— de manera ilimitada. ¿Podía ser cierto? No lo era. Pero eso se supo más de un año después.

Perón presentó al físico austríaco Ronald Richter, artífice de una hazaña que parecía colocar al país delante de las potencias que en los años de posguerra dedicaban esfuerzos a la investigación nuclear. Enseguida explicó que el milagro había ocurrido el 16 de febrero en el laboratorio 2 de la isla. Y aclaró que los fines del proyecto eran pacíficos: el descubrimiento podría aplicarse a la siderurgia, a la producción de aluminio y otras industrias.

A muchos la salvedad no les varió el enfoque. "Provoca conmoción el anuncio de que el país tiene la atómica", tituló el diario Noticias Gráficas.

Había razones para pensar así, porque en esa época la liberación de cantidades gigantes de energía nuclear sólo se había logrado a través de procesos violentos con bombas atómicas.

Pero Richter aseguró que lo suyo era muy diferente: "Cuando explota una bomba atómica —dijo— hay una destrucción espantosa. Yo controlo la explosión dentro del laboratorio: hago que se produzca en forma lenta y gradual".

La repercusión fue mundial. The New York Times lo publicó en tapa y el laboratorio de Los Alamos —donde se fabricó la bomba de Hiroshima — pidió informes a la Comisión de Energía Atómica de EE.UU. sobre "esa historia argentina de una explosión atómica controlada". Un delegado chino corrió agitado a la comisión de Desarme de las Naciones Unidas para que le exigiera a Perón que revelara el secreto.

Argentina ya era un país con prestigio en los estudios físicos desde comienzos del siglo 20. Sobre el fin de la segunda guerra, el físico Enrique Gaviola proyectó traer científicos extranjeros para transformar al país en una potencia atómica.

Pero todo quedó de lado en 1948 cuando Kurt Tank —un ingeniero alemán que diseñó el primer avión de guerra argentino— recomendó a Richter, a quien le bastó una reunión para convencer a Perón.

Primero experimentó en Córdoba, pero se quejó de un sabotaje y —porque le pareció un lugar ideal para guardar un secreto— eligió la Huemul. Allí se instaló el primer laboratorio oficial dedicado a la investigación de la fusión nuclear controlada.

En julio de 1949 empezaron los trabajos pero Richter recién "autorizó" a Perón a visitar las instalaciones nueve meses después. El presidente viajó con Evita y los dos se asombraron ante el reactor principal, donde se pensaba producir la energía a gran escala. Era un cilindro de 12 metros de alto por 12 de diámetro, que no duró mucho en pie: Richter resolvió demolerlo y ordenó construirlo otra vez dentro de un pozo que se cavó perforando la roca. Hasta que apareció un poco de agua en el fondo. Y entonces decidió taparlo con cemento.

Richter era un obsesivo de la seguridad. Pidió que en la isla hubiera una torre giratoria con una ametralladora. Temía que llegaran espías a robarle su secreto.

Tanto misterio alimentó la intriga. Pero sin resultados comprobables (pese al gran anuncio) creció la impaciencia. "¿Es la bomba atómica de Perón una estafa?", se preguntó la revista United Nation World.

Hans Thirring, director del Instituto de Física de Viena, hizo este planteo: "Hay un 50% de posibilidades de que Perón sea víctima de un fantasioso que sucumbió a sus propias ilusiones; un 40% de que sea víctima de un estafador; un 9% de que esté intentando engañar al mundo; y solo un 1% de que esto sea verdad".

Pero Thirring fue justo. Dijo que si Richter realmente lo había logrado "entonces el premio Nobel le quedaría chico".

Sus propios delegados también trataban de convencerlo de que había que parar de gastar fortunas en algo que veían demencial. Pero el presidente seguía creyendo. Recién en 1952 aceptó que científicos y legisladores inspeccionaran la isla.

La comisión volvió convencida de que todo era un fraude. Irritado, Richter pidió hablar con Perón. El 25 de setiembre se vieron por última vez. Richard Gans, un físico alemán que integró una segunda comisión, fue lapidario: "No existe ninguna prueba experimental ni teórica que permita demostrar que se haya logrado reacción termonuclear alguna".

A Perón le costó reconocer que había sido estafado en su fe pero la isla fue intervenida con el mayor disimulo posible. Ese día confiscaron dos autos y un piano que el Gobierno le había dado a Richter. Cuando se enteró, Perón decidió tener su último gesto con el sabio desventurado: ordenó que le devolvieran uno de los coches. Y también el piano.

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Proyecto Huemul - Ronald Richter -

Al llegar Juan Domingo Perón a la presidencia en 1946, la Segunda Guerra Mundial acababa de concluir. Como todos sabemos, el Tercer Reich fue el gran perdedor, Adolf Hitler se suicidó, las potencias vencedoras destrozaron y se repartieron los territorios de Alemania, levantaron el muro de Berlín... en fin, nuevamente un rotundo fracaso para aquél imperio (luego de haber perdido también la Primera Guerra Mundial), que no llegó a construir a tiempo la bomba atómica.

Pero, ¿qué ocurrió luego con todos los científicos e ingenieros alemanes que habían trabajado durante la guerra para Hitler?

Su país había quedado en ruinas y ya no les ofrecía tantas posibilidades de empleo. Cada cual escapó hacia donde pudo. Algunos emigraron a Estados Unidos, por ejemplo, como el equipo de Wernher von Braun, y otros viajaron a países que habían sido neutrales durante el conflicto.

Argentina fue el destino de muchos, ya que no sólo había sido neutral, sino incluso había guardado discretamente cierta simpatía con el fascismo.

Perón recibió a todos esos científicos e ingenieros con los brazos abiertos y les dió ocupación inmediatamente en sus respectivos campos, con la esperanza de desarrollar la tecnología y la industria nacional.

Entre ellos se encontraba Kurt Tank, un ingeniero aeronáutico y piloto de pruebas, que en Córdoba sería uno de los protagonistas en el diseño del célebre Pulqui II. De modo que según parece, Kurt Tank fue una buena inversión. Pero fue precisamente este mismo ingeniero quien también recomendó que Argentina recibiera a un colega suyo. Y ahí es donde comienza la historia del artículo de hoy.

Este colega se llamaba Ronald Richter, y era un pseudocientífico de pies a cabeza. Embelesó al presidente desde el primer instante en que se conocieron, prometiéndole ni más ni menos que la fusión fría.

Esto, para quienes no sepan de qué se trata, es un proceso físico que aún hoy en día no se ha podido lograr en ninguna parte del mundo, e incluso es muy poco probable que la humanidad lo alcance en el corto o mediano plazo, si acaso alguna vez lo logra.

De poder concretarse constituiría una fuente de energía extraordinariamente potente, prácticamente ilimitada y gratuita para todo el mundo. Adiós al petróleo y al gas para siempre.

Por eso no es sorprendente que Perón se haya entusiasmado tanto con esta idea; de haber tenido éxito quién sabe cómo habría cambiado la historia de Argentina en el marco mundial. Tal vez habríamos terminado desarrollando la bomba atómica, tal como se temía en el extranjero en aquella época y anunciaban con cierto amarillismo los titulares de los diarios.

Richter comenzó a trabajar en Córdoba, con la idea de utilizar energía nuclear para impulsar los aviones que diseñaría Tank. Pero al poco tiempo, debido a su personalidad turbulenta tuvo sus primeros encontronazos con sus colegas y decidió trasladarse a otro lugar.

Tuvo la ocurrencia de elegir como destino a la Isla Huemul, lugar paradisíaco ubicado en lago Nahuel Huapi, a pocos metros de la ciudad de Bariloche.

Allí comenzó el Proyecto Huemul, de proporciones colosales, con la meta de conseguir la mencionada fusión fría. Según cuenta Ruth Spagat, la traductora personal de ese psicópata, "Perón le concedía cualquier cosa, ya fuera caro, muy caro, o extremadamente caro".

Ahora bien, ¿qué es exactamente la fusión nuclear? Es un proceso emparentado con la fisión, que es la base en la que se sustentaban las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Tanto la fisión como la fusión son dos fenómenos que ocurren espontáneamente en el núcleo de los átomos, ambos liberando energía, pero funcionando al revés.

La primera consiste en la división de un núcleo atómico masivo en varias partes más livianas. La segunda, en la unión de varios núcleos livianos en uno sólo más masivo.

De aquí se desrprende que la fisión ocurre en los átomos que son muy pesados, es decir que tienen muchos neutrones y protones, y son los que se encuentran al final de la tabla periódica, como el Uranio. Y la fusión, por el contrario, ocurre en los átomos livianos, que se encuentran al comienzo de la tabla periódica, como el Hidrógeno.

Por eso las bombas atómicas de fisión emplean Uranio, y también por eso el Sol (cuya luz emanada se debe a la fusión nuclear que ocurre en su interior) está compuesto de elementos livianos como el Hidrógeno.

Considerando entonces que el secreto de energía emitida por el Sol radica en la fusión nuclear, ya nos podemos ir haciendo una idea de lo potente que es este proceso físico.

Además, una gran ventaja es que funciona en base a Hidrógeno, que justamente como consecuencia de ser el elemento más liviano, también es el más abundante del Universo.

Pero (siempre hay un pero) la fusión ocurre espontáneamente a temperaturas de millones de grados (como las del interior de las estrellas). La idea de Richter era conseguirlo a temperatura ambiente; de ahí el nombre "fusión fría". Algo que tal vez en algún futuro sea posible o no, pero claro está, si aún hoy no estamos ni cerca de esto, imaginemos la misma situación medio siglo atrás y en las manos de un personaje desequilibrado e incompetente.

Y es que realmente no estaba cuerdo. Para empezar era extremadamente conspiranoico: vivía pensando que había espías acechándolo por todos lados, intentando robar los secretos de sus investigaciones y de frustrar los resultados de sus experimentos.

En una ocasión obligó a todos los que trabajaban en el proyecto a ver una película de ficción, que se trataba de una investigación de física nuclear donde se infiltraban agentes espías. Más tarde impuso que todos tomaran prácticas de tiro al blanco con armas de fuego... por las dudas.

Otro día se le ocurrió que una pareja de alemanes que vivía en Bariloche eran espías que lo vigilaban por binoculares desde un cerro, e hizo traer a su presencia a la pobre pareja, que ni siquiera hablaba castellano. Dispersos por toda la isla había hecho instalar potentes reflectores de luz que funcionaban toda la noche.

El coronel Fox, un jefe de la guarnición militar de Bariloche, consideró que era parte de su deber inspeccionar el lugar, pero cuando se presentó allí el científico lo echó de la isla apuntándole él mismo con una pistola.

Como podrán suponer, con sus labores científicas no era mucho más sensato que eso. Jamás publicó ningún trabajo científico justificando sus hipótesis. Al contrario, carecía completamente de todo tipo de rigurosidad teórica o experimental.

A modo de ilustración, luego de mucho tiempo de no obtener resultados satisfactorios, un buen día la máquina que utilizaba imprimió un informe positivo. Richter se puso eufórico.

Sin embargo, a sus colegas presentes les resultó enteramente obvio que se trataba de un defecto del equipamento técnico, atribuyéndolo al movimiento de unas piezas flojas que deberían haber estado fijas. Propusieron repetir el experimento, pero Richter se opuso furiosamente.

Y efectivamente, no lo hizo. Tarde o temprano se terminó convenciendo a sí mismo de que había tenido éxito, y así lo comunicó al Gobierno Nacional. El presidente llegó a anunciar públicamente que el proyecto de Richter repartiría energía barata en botellas de medio litro y de un litro, similares a las botellas de leche de esa época.

Desde ya, Perón no tenía por qué ser un experto en física nuclear, pero aún así podría haber sido razonablemente escéptico y asesorarse correctamente. No hacerlo a tiempo fue una gran irresponsabilidad de su parte, de lo que sin duda se debe haber arrepentido.

Cuando envió una comisión investigadora (entre cuyos miembros se encontraba José Antonio Balseiro), la mayor parte del derroche de recursos ya se había consumado.

Dicha comisión incluso encontró que los cables de muchos equipos electrónicos estaban mal conectados (en lugares donde no correspondía) o directamente desconectados.

¿El resultado final? 300 millones de dólares tirados a la basura (en valor de 2003), el complejo de la Isla completamente desmantelado, y la carrera de Richter destruída para siempre.

Luego de un breve período en prisión, pasó el resto de su vida desocupado y aislado en una casa del conurbano bonaerense, donde falleció.

En cierto modo dejó un legado, no obstante. El hecho de que eligiera arbitrariamente la Isla Huemul como sede de su "investigación", fue lo que acabó determinando que se asentara en Bariloche la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica).

Fue la continuadora del Proyecto Huemul, en el sentido de dedicarse a la física nuclear en Argentina, pero esta vez, afortunadamente, de manera verdaderamente científica y hoy en día con renombre internacional.

De todas maneras, aquella no sería la última vez que alguien proclamara haber logrado la fusión fría. En muchas otras partes del mundo más tarde surgirían casos de mucha repercusión, como el de Pons y Fleischmann. Naturalmente todos con el mismo destino; fracaso absoluto y fin de sus carreras científicas.

Aunque nada de esto quiere decir, por supuesto, que no se pueda hacer investigación científica seria en este campo; lo cual de hecho es lo que se realiza actualmente en el ITER.

Tampoco sería la última vez que alguien, en Argentina, anunciara ser capaz de obtener resultados experimentales insólitos y al margen de la ciencia, pidiendo fondos al Estado en forma de subsidios e incluso patentando sus artefactos imposibles. Pero eso lo dejamos para otro artículo.

Fuente: cinema7.com/projekthuemul/web.html



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