Por Alberto Medina Méndez
El que avisa, también traiciona
En los tiempos en los que el populismo anuncia el “vamos por todo”, amerita intentar reflexionar sobre su significado y la necesidad de reaccionar de modo oportuno. Hace algún tiempo, dijeron descaradamente y sin vergüenza alguna, “VAMOS POR TODO”. Desnudaron su estrategia por completo, como casi siempre, con brutalidad, sin desparpajos y con la pretendida impunidad que lleva su sello inconfundible.
Decirlo públicamente, a viva voz, es parte de la modalidad elegida. Ellos suponen que hacerlo de esta forma, los hace más fuertes y temibles, con propios y extraños.
Sus fervientes seguidores se envalentonan por la desproporcionada audacia de la arenga, por lo osado del desafío y por su inagotable e infinita voracidad de poder.
Pero además, declararlo abiertamente, sin tapujos, intimida a los adversarios timoratos, amedrenta a los más cobardes, paraliza a los desprevenidos y sorprende a los ingenuos.
Ellos lo sienten así, lo viven de este modo, intensamente, dando paso a paso, avanzando firmemente de acuerdo a su pormenorizado plan que han trazado para concretar cada una de sus fechorías, con una decisión incomparable.
La secuencia de gestos políticos que muestran en los hechos, los deseos de avanzar en esta construcción irrefrenable de consolidación de un poder concentrado y hegemónico, plagado de arbitrariedades y discrecionalidades, no permite lugar a duda alguna.
Pero si de algo no puede quejarse esta ciudadanía que optó por la comodidad de la postura observadora de los acontecimientos, en vez de buscar el protagonismo que permite modificar el rumbo, es de no haber sido advertido a tiempo de esta perversa intención.
Por los motivos que sean, los ciudadanos, parecen preferir este camino en el que se van sorprendiendo frente a cada avance, a cada atropello, a cada abuso, al otro, el de admitir que saben como sigue la historia.
Diera la sensación de que se sienten en una posición más confortable, bajo el esquema de la queja, haciendo una detallada crónica frente a cada aberrante suceso, y aterrorizándose en el relato, pero sin que nunca sea suficiente para decir BASTA, de un modo contundente.
El “click”, ese instante especial que permite establecer una bisagra entre el antes y el después, llega siempre, sucede en algún momento, aunque a veces puede demorar demasiado. Pero se debe ser realista, cuanto más tarde llegue esa circunstancia, menos capacidad de reacción se dispone para poner límite a los atropellos.
Es importante además, tener en cuenta, que quienes ejercen el gobierno, disponen de la totalidad de los recursos del Estado, de la suma del poder público, y fundamentalmente tienen la bendición de no disponer de pudor alguno, ni barrera moral que se interponga en ese camino para llegar a su meta.
Recién cuando se puede internalizar aquellas cuestiones que merodeaban las mentes desde hace tiempo, existe chance de poder pasar a la acción.
Pese al desenfado de quienes detentan el poder, de su escasa catadura moral, no deja de ser una ventaja que “el régimen” advierta de sus pasos. Sin embargo esto que debería ser algo positivo, es decir saber hacia dónde pretende ir el que gobierna, no es aprovechado por una ciudadanía que sigue sin resistirse con claridad.
Los poderosos, ocultan sus cartas, esas que revelan sus tácticas, las que señalan el siguiente paso, de hecho parecen tener siempre variantes casi infinitas para seleccionar la mejor según las circunstancias.
Por lo visto, han decidido no esconder el objetivo final de ese recorrido. El VAMOS POR TODO es categórico, no da lugar a otra interpretación posible, lo que lo hace transparente y predecible, pese a que la mayoría prefiera ignorarlo, o minimizarlo.
Cada paso que dan, confirma que no se trata solo de una parodia, sino del ostensible destino final de un plan de vuelo, sin escalas, oportunamente diseñado.
Cuando lo afirman, cuando dicen ir por todo, hablan de suprimir la república, de eliminar las instituciones, de aniquilar las libertades y de concentrar al poder. Ellos saben lo que quieren. Buscan la hegemonía total, el control absoluto del poder y de la vida de los ciudadanos.
En ese juego, la anulación de las libertades es secuencial y progresiva. Saben que no pueden, ni deben, suprimirlas de una sola vez, lo hacen paso a paso, una por una, y en cada caso utilizan un argumento diferente, aunque en el fondo subyace siempre el más fuerte de ellos, ese que sostiene que lo importante es el bien común, lo que implica abolir la totalidad de los derechos individuales.
Un viejo refrán dice que “el que avisa, no traiciona”. En este caso, cabría decir que “el que avisa, también traiciona”, porque el advertir sobre la inmoralidad de una decisión, no la convierte en legítima, ni en benévola, por su mera notificación.
- Alberto Medina Méndez -
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