Escandaloso superclásico
Un papelón: el clásico se suspendió por una insólita agresión al plantel de River
Tras el descanso en el 0-0 con Boca, en la manga que lleva al campo, los futbolistas millonarios fueron rociados con un producto químico que les provocó irritación en los ojos y quemaduras; la Conmebol decidirá la continuidad y las sanciones. Por Diego Morini | LA NACION Aquí debían estar las líneas de un partido, de un superclásico apasionante, de esos que atrapan a propios y extraños. El único dramatismo debió haber sido el deportivo: quién se quedaba fuera de la Copa Libertadores. Boca o River. De vencedores y vencidos. Pero no. Tristemente no. Será la crónica de un papelón.
Se leerá el relato de otra noche de vergüenza en el fútbol argentino. El encuentro fue suspendido tras el entretiempo por la agresión que sufrieron los jugadores de River, a quienes en la manga de ingreso, aparentemente desde la tribuna, les tiraron un producto químico que les provocó irritación en los ojos y, según allegados al plantel millonario, "quemaduras de primer grado".
El partido iba 0-0. Poco había pasado en la primera parte. No se advirtió nada de violencia. Hasta que el inflable que da al vestuario visitante empezó a sacudirse. Algunos salieron corriendo. Otros, los más sorprendidos, reaccionaron tarde. El instinto los llevó a restregarse los ojos y a pedir agua a gritos. Había que tirársela por cualquier parte del cuerpo: la cara, el cuello y la espalda. Aunque las sensaciones no podían transmitirse a la distancia ni por la TV, ardía la piel. Y mucho.
Era evidente. Nadie entendía bien qué pasaba hasta que el uruguayo Carlos Sánchez, desencajado, dio la primera versión: "¡Nos tiraron un gas! ¡Nos tiraron algo!". Recién ahí empezó a entenderse una situación incomprensible, penosa.
Leonardo Ponzio ni podía abrir los ojos. Le decían que no se tocara, que era peor. Pero cómo detener los reflejos. A su lado, el mellizo Ramiro Funes Mori se sacaba la camiseta. La banda roja y el blanco estaban salpicados por un extraño color naranja. Era la primera prueba de que algo raro había sucedido y de que nadie hacía teatro. Varias prendas tuvieron los mismos manchones. Leonel Vangioni corría y pedía ayuda a los colaboradores. Matías Kranevitter lloraba. No de bronca ni de impotencia: le costaba respirar.
El resto del estadio ofrecía una imagen selvática mientras todos se preguntaban qué pasaba. La gente de Boca cantaba sin importarle nada más. Algunos, como afrenta, hacían gestos a los jugadores visitantes.
El DT xeneize, Rodolfo Arruabarrena, agitaba los brazos y exigía soluciones y respuestas. Estaba enojado y sólo veía el contexto deportivo. A la mayoría le costó entender que, de por medio, había un tema de salud.
Sólo el cuerpo técnico y médico de River se preocupó por los jugadores que nada entendían sobre la situación. También el presidente Rodolfo D'Onofrio, que entró corriendo en el campo quién sabe desde dónde y que en todo momento advirtió que "así no se podía seguir". A su lado, el vicepresidente Matías Patanian fue un respaldo.
En el medio quedó el árbitro Darío Herrera, que a sus 30 años tenía, acaso, el bautismo internacional más complicado de todos. Él tampoco tenía respuestas. Las buscaba a los costados, en el piso, en el cielo, en cualquier lado. Lo mismo que el veedor de la Conmebol, el boliviano Roger Vello. ¡Ah! Como si faltara algo, algunos se lo tomaron con sorna y por el campo sobrevoló un drone con una sábana que tenía la letra "B", en alusión a la temporada que River estuvo en la B Nacional. Insólito. Tanto como las sonrisas de algunos futbolistas de Boca.
Se demoró mucho en tomar una decisión. Una hora y cuarto duró la incertidumbre en el pasto y en las tribunas. Vello hablaba con unos y con otros, y les pedía disculpas a los periodistas. Hasta que habló por teléfono con alguien y se conoció el veredicto: "Partido suspendido".
¿Cómo seguirá el asunto? Quién lo sabe...
Anoche, a última hora, apenas se decía que en las próximas horas decidiría la Conmebol y que, probablemente, el partido seguiría en otro estadio y a puertas cerradas. También que River se amparaba en una cuestión legal para darse como vencedor.
Arruabarrena y Gallardo hablaban entre sí con gestos duros. Cada uno defendía sus intereses. Como los planteles, que parecían no querer irse del terreno. Ni dos horas después lo habían abandonado. Cuando el plantel de River lo intentó, unos 50 plateístas de Boca les tiró de todo. Sí, los millonarios ni siquiera podían salir por el vestuario local. ¿Y la policía?...
D'Onfrio y Daniel Angelici, juntos, esperaban a los futbolistas mientras corrían más versiones. Las más fuertes sugerían que el agresor tenía prohibido el ingreso en el club. Alguien lo había reconocido en las imágenes. Dos horas y veinte minutos después los planteles entraron en el vestuario. El de Boca, arengado por Agustín Orion, saludó a la gente. Afuera hubo corridas y pedradas al ómnibus de River. Lamentable. El superclásico que nadie quería ver recorrió el mundo.
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