Por Alberto Medina Méndez
La necesidad NO genera derechos
En tiempos en los que los argumentos parecen no importar, propongo este artículo como un instrumento para el debate ciudadano. Seguramente servirá para difundirlo si se comparte, o bien contra argumentar desde un mirada distinta. De eso se trata, esa es la idea. El mundo parece estar protagonizando una comedia. Lo grave de ello es que algunos creen que se trata de lo correcto y han decidido tomarse con seriedad el guion de esta farsa.
Entre tantas afirmaciones falaces de las que acostumbran a proponernos a diario, el populismo, hace décadas consiguió engendrar una frase, de la que los líderes demagógicos del presente se han apropiado.
Otros sectores se sumaron a esa prédica al no poder imponer su comunismo por las vías ortodoxas, es decir las más violentas, esas que recomendaban sus mentores. En ese esquema, estos últimos optaron por ese camino más amigable con las democracias actuales.
Aquella máxima que rezaba “donde existe una necesidad, nace un derecho” dio paso a una serie de teorías por las cuales, un ciudadano, que tuviera una necesidad, cualquiera fuera ella, debía ser satisfecho en su demanda.
Así las cosas se declararon derechos de todos, el de alimentarse, la salud, la educación, el trabajo y la vivienda, entre otros. En vez de establecerse que tenemos derecho a esforzarnos para tener acceso a cada uno de esos bienes, se impulsó, demagógicamente, enunciar esta especie de jubileo general, por el que todos los ciudadanos tenemos derecho a ello, por el solo hecho de residir en una nación.
La palabra derecho, en este perverso juego que nos plantean estos ingenieros en el uso del dinero ajeno y poseedores de una mente privilegiada capaz de establecer a quienes quitarle recursos para dárselos a otros, fue utilizada despiadadamente para instalar una nueva idea, tan inmoral como operativamente inaplicable.
Bajo esta mirada, si un ciudadano precisa trabajo, pues el estado, haciendo uso de sus recursos, debería brindárselo. Lo mismo vale para la educación, la salud o la vivienda.
Todas esas, y otras más son OBLIGACIONES del estado, y de su gobierno de turno, que debe hacer todo lo pertinente para satisfacer esas necesidades “mínimas” a sus ciudadanos.
Con la oscuridad conceptual tan habitual con la que se deleitan los reyes de la demagogia, no sabemos muy bien que sería satisfacer esas necesidades.
Es decir cuando se habla de alimentación, no sabemos con qué cantidad y calidad de comestibles, cada ciudadano estaría conforme respecto de sus necesidades en este rubro. Lo propio podríamos decir de su educación, es decir hasta que nivel requiere, o si eso incluye eventualmente su formación universitaria o las disciplinas complementarias como idiomas, técnicas especiales, o porque no un título superior de posgrado.
Después de todo, la palabra necesidad es ambigua, y subjetiva, y depende de quien la exprese, de su mirada personal sobre lo que necesita. Alguien podría necesitar viajar al extranjero para tomarse unas vacaciones, después de un esforzado año de trabajo, o bien otros podría precisar de una casa con lugar para tres vehículos.
Claro está que los detentadores del poder, y sus ideólogos funcionales dirán que esa es una exageración, porque después de todo ellos, sí, ellos y solo ellos, determinaran que es una necesidad y que no lo es.
Es que ya nos tienen acostumbrados a pensar por todos, y decidir por los demás, estableciendo que es lo correcto y que no. Siempre es bueno recordar que se trata de mentes brillantes, de verdaderos iluminados, de gente con un coeficiente intelectual superior, lo que los hace elegibles para gobernarnos y conducir nuestras empobrecidas inteligencias individuales que precisan de orientadores a quienes seguir como rebaño.
En este esquema, ellos determinarán que es compatible con una necesidad y establecerán cuando un ciudadano tiene derecho a eso que reclama y cuando, ellos, si, ellos y solo ellos definirán que no.
Cuando lo determinen, en ese caso, se ocuparán de financiar desde el Estado, lo que consideran es una necesidad de vivienda, alimentaria, educativa o de salud.
Lo harán, claro está, detrayendo recursos del sector privado via impuestos, emisión monetaria o endeudamiento estatal, para pasarle la cuenta a todos los que trabajan por los demás.
Haciendo una hipótesis, ya no tan descabellada en estos tiempos, podríamos afirmar que si en una sociedad solo generaran riqueza el 50 % de los ciudadanos, o cualquier otro porcentaje menor o superior, eso significaría que esa porción de la sociedad tendrá que solventar sus propias necesidades y, por via de la creencia generalizada que se ha instalado entre nosotros de que una necesidad genera derechos, también pagará la alimentación, educación, trabajo o salud o lo que sea de los que no tienen esos recursos a su alcance.
Bueno, de eso se trata. En ese tipo de sociedades vivimos, y a eso nos están arrastrando con sus creencias no solo erróneas, sino perversamente inmorales.
Que quede claro que cuando las cuentas vienen mal y los recursos públicos no alcanzan, los partidos políticos que defienden a rajatabla estos principios son los mismos que se ocupan de relativizar estos supuestos derechos que tanto difunden, pero de ninguna manera les faltarán dineros públicos para la próxima campaña electoral que les permita retener poder. Esa es su lógica. Así funcionan.
La sociedad debe saber el precio que paga por repetir las perversas ideas de quienes difunden falacias que solo les convienen en tanto les permite manejar la caja arbitrariamente, bajo el paraguas de la sensibilidad social y la ayuda al prójimo, siempre con dinero ajeno, de los que producen, de los que trabajan, a quienes además de saquear, atacan ideológicamente por pertenecer a un supuesto circulo social diferente.
Ese es el juego intelectual que nos proponen. Nada nuevo bajo el sol. El problema no es lo que proponen, sino la mansedumbre con la que muchos de los esquilmados terminan apoyando esas consignas por vergüenza social, resignación ciudadana, o inclusive adulación sin reflexión.
Es tiempo de revisar esta idea desde su origen. No sea cosa que la repitamos sin pensarla y sea una de las tantas premisas que nos llevan a acompañar políticas equivocadas. Definitivamente, la necesidad NO genera derechos.
- Alberto Medina Méndez -
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