La abdicación de Juan Carlos I

España: en plena crisis, cambio de rey y de era

Tras 39 años y presionado por los escándalos, dio un sorpresivo paso al costado; Felipe será coronado en las próximas semanas, para "renovar" la monarquía.

Foto: AFP

MADRID (De nuestro corresponsal).- España entró súbitamente en su futuro. El rey Juan Carlos I abdicó ayer después de casi 39 años al frente del Estado, en una decisión tan histórica como sorprendente que desnudó el tamaño del sismo institucional que sacude al país.

Frágil de salud y golpeado por los escándalos que minaron su prestigio, el rey se resignó a ceder el testigo a su hijo Felipe, de 46 años, para que se haga cargo de la corona en una etapa de cambios políticos que se presume fundacional.

"Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las reformas que la coyuntura está demandando", leyó Juan Carlos de Borbón en un mensaje televisado que, para evitar filtraciones, grabó cuando el presidente Mariano Rajoy ya había anunciado la impactante noticia.

Frente a millones de televidentes todavía en estado de shock, el rey se tomó seis minutos para cerrar un capítulo central de la historia moderna de España. Un reinado salpicado de claroscuros, pero que quedará ligado en forma indeleble a la transición democrática que él impulsó apenas asumió el trono como sucesor del dictador Francisco Franco, en noviembre de 1975.

Juan Carlos contó que había tomado la decisión de abdicar el 5 de enero, al cumplir 76 años. Habló mirando a cámara, con una foto de su hijo y su nieta Leonor ubicada a su izquierda. Curiosamente, dos semanas antes de aquel cumpleaños había pronunciado un mensaje de Navidad en el que transmitió su "determinación" para seguir cumpliendo con su función.

Entre un momento y otro medió la imputación judicial a su hija Cristina, involucrada en el millonario fraude por el que está acusado su marido, Iñaki Urdangarin.

En el Palacio de la Zarzuela despegan la abdicación del escándalo judicial todavía irresuelto y también de los problemas en la cadera que complicaron la movilidad del rey en los últimos dos años. "Fue una decisión política personalísima", insistieron.

Juan Carlos le comunicó a su hijo en enero que pronto debería convertirse en Felipe VI. El 31 de marzo se reunió con Rajoy para soltarle la bomba.

Había quedado muy impactado por la muerte, pocos días antes, de quien fue su gran socio en la aventura de la transición, el ex presidente Adolfo Suárez.

El 2 de abril habló con el líder de la oposición socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba.

En extremo secreto, se formó una comisión para coordinar el proceso de sucesión, que requiere una ley especial a la que obliga la Constitución de 1978, pero cuyo tratamiento nunca hasta ahora se consideró prioritario.

Por eso la proclamación de Felipe VI ante las Cortes Generales demorará entre dos y tres semanas.

Se acordó que la abdicación se anunciaría después de las elecciones europeas del 25 de mayo para no influir en la campaña, según fuentes de la Zarzuela.

El resultado de esa votación resultó ser la señal más evidente del descontento ciudadano con el sistema político en España. Los dos grandes partidos (PP y PSOE) sufrieron una sangría de votos sin precedente a manos de fuerzas antisistema y de ideario republicano.

Al príncipe Felipe lo espera la misión de recomponer el prestigio de la monarquía en un país afectado por la grieta social y el deterioro institucional que produjo la crisis económica más grave en medio siglo. En su reinado enfrentará también el clímax del desafío independentista de Cataluña.

Juan Carlos no se sintió capaz de subir esa cuesta. Sus últimos dos años en el trono fueron un calvario: al estallido del demoledor caso Urdangarin le siguió el escándalo de su accidente en Botswana de 2012 durante una polémica cacería de elefantes, la revelación de su "amistad especial" con la princesa alemana y lobbista Corinna zu Sayn-Wittgenstein y la interminable sucesión de cirugías que lo exhibieron en toda su debilidad.

Las encuestas que minaron su popularidad hasta límites nunca vistos en su reinado -por debajo del 40%- fueron siempre más benignas con Felipe.

Nacido en el palacio, cuando su padre se consolidaba como sucesor de Franco, el príncipe de Asturias se entrenó toda la vida para este momento.

Tiene una licenciatura en Derecho y un máster en Relaciones Internacionales, domina cinco idiomas, se formó en las tres ramas del ejército y lleva años representando a su padre en actos oficiales.

El futuro rey se despegó desde siempre de los escándalos que afectaron a la familia y se dedicó a cultivar una imagen de estadista profesional. Llegará a la proclamación de la mano de Letizia Ortiz, su esposa desde hace 10 años y la primera plebeya que será reina de España.

"Mi hijo Felipe encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica -lo definió el rey-. Tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la jefatura del Estado y abrir una nueva etapa de esperanza."

En su despedida, Juan Carlos reivindicó su papel en la transición, sin dejar de aludir a los "errores" que pudo haber cometido. Y no dejó de agradecer "el generoso apoyo" de la reina Sofía.

Mientras el discurso del rey hipnotizaba a España, el Congreso ya trabajaba a toda marcha para resolver el intríngulis legal de la sucesión. Pero lo primero fue despedir a la figura histórica.

Rajoy, dueño de la primicia, le dedicó elogios durante el sorpresivo anuncio que hizo, a las 10.30, en el Palacio de la Moncloa. Calificó a Juan Carlos como "el mejor símbolo de la convivencia en paz y libertad" y el "principal impulsor de la democracia en España".

Rubalcaba, en duelo por su renuncia al liderazgo del PSOE tras el desastre electoral, se sumó: "El rey cierra una vida dedicada a España, a la que, sin duda, también ha tenido presente al tomar esta decisión".

También afloró el reclamo. "Me han salido canas soñando con ver una república en España antes de morir", dijo el líder de Izquierda Unida (IU), Cayo Lara.

La figura emergente de las elecciones, Pablo Iglesias (Podemos), reclamó "de manera urgente" un referéndum para que la ciudadanía decida si quiere seguir o no con la monarquía.

Un poco más discreto, el presidente de Cataluña, Artur Mas, le agradeció al rey su compromiso con la democracia, pero se encargó de ratificar que no frenará el proceso independentista que él encabeza.

La reacción de la calle no se hizo esperar. Furiosos, miles de españoles colmaron ayer la emblemática Puerta del Sol de Madrid para reclamar el fin de la monarquía. La escena se repitió en Cataluña y en otras varias regiones de España.

"¡Borbones, a las elecciones!", fue el cántico más escuchado en Puerta del Sol, que, como sucedió con los indignados, se convirtió en el epicentro de la furia republicana.

El rey reapareció al anochecer en el palacio, en un acto protocolar con empresarios que figuraba en su agenda desde la semana pasada. "¡Nunca os habéis interesado tanto por mí!", bromeó, fusilado por los flashes. Se mostró sonriente, hasta jovial. Como si estuviera aliviado..


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